Sonrisa para llevar

Por Silvano H. Vitar

No era el hombre más feliz del mundo, tampoco el más exitoso o el más amoroso, pero era un hombre sonriente. La sonrisa de Alejandro contenía todas aquellas sonrisas que había coleccionado a lo largo de los años: del placer que le producía a sus padres cuando él abría los regalos de navidad, de una niña al recibir un helado en el parque; pero también existían sonrisas más complejas y sutiles.

Como la sonrisa embebida de alcohol que se formaba de lado a lado en la comisura de los labios de su padre mientras enloquecía de ebriedad, provocando que Alejandro también sonriera, pero de miedo. Y finalmente están las sonrisas que siempre encontraba en las personas que le tenían lástima y en los buenos samaritanos “siempre dispuestos a ayudarle” hasta donde las palabras y la buena consciencia les permitía.

―¿Importan realmente los sueños? ―susurró Alejandro―, sin motivo alguno y de improviso a la mesera, entre buscando platicar pero también sentir que aún podía resultarle atractivo (o al menos interesante) a alguien.

―¿Va a querer que se lo ponga eso para llevar? ―contestó la mesera―, pero inmediatamente Alejandro gritó: ―¡Nos enfocamos tanto en la posibilidad de los sueños que olvidamos lo que hizo posible que soñáramos en primer lugar!

Al presentir que la propina se vería mermada de no responder condescendientemente ante tan profunda exclamación, la querida mesera decidió forzar una sonrisa, digna del menos diez o tal vez del menos quince por ciento del total de la cuenta.

―Sí, para llevar… Otra sonrisa más… ―Puntualizó Alejandro―, desganado y  seco.

Seguramente al llegar a su cuarto, la sonrisa ya se habría enfriado y necesitaría ser recalentada con vodka… para degustarla bocado a bocado hasta que de pronto y sin aviso se le olvidara. Le quedaría entonces una estúpida sonrisa, enmarcada por el alcohol de lado a lado en la comisura de los labios. Una más junto con todas aquellas sonrisas que -trago a trago y para llevar-, habían moldeado la suya.

 

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