“NOS VEMOS EN LA ÓPERA”

Me refiero a La Ópera, una preciosa cantina estilo francés que data de 1876 y que se encuentra ubicada en la esquina de 5 de mayo y Filomeno Mata, en el centro de la Ciudad de México.

Cuentan que en 1914, Pancho Villa visitó esta cantina; anunció su entrada con todo y tropas y hasta caballo, lanzando un disparo en el techo que causó un emblemático orificio que aún se conserva.

En los lejanos años treinta del siglo pasado, en la espléndida barra de aquella cantina, también se dieron cita varios de los victoriosos Generales Sonorenses, con el prestigio bien ganado de pertenecer a la élite revolucionaria que iniciaba la transformación de México.

Acaso en algún domingo de aquellos tiempos, a la orden de “nos vemos en La Ópera”, se dejaban ver jugando al dominó, recordando batallas y desde luego a su fallecido líder, el General Álvaro Obregón. De entre ellos destacaba por su elevada estatura y buen porte, el General José Juan Méndez Peralta, a la sazón, Inspector de la Policía del Distrito Federal. En algún momento el General Cruz le dijo al General Méndez: «Oye Coche, ahí te buscan en  la entrada».

El General volteó a la puerta y vio a un chamaco de aspecto esmirriado, de unos diez años de edad, pantalón corto con tirantes y el cabello lacio y despeinado. El General Méndez se permitió sonreír, aquel chamaco impertinente era su hijo Julio César.

En la voz del general se oyó un «déjalo pasar», al tiempo que el encargado de recibir a los parroquianos le franqueaba la entrada al chamaco. Llevó al niño hasta la barra y no hubo palabra alguna, solo un golpe cariñoso en la testa mientras el imponente General buscaba en su chaleco alguna moneda. «Aquí está tu domingo» le dijo,  y con la mirada le ordenó que se retirara.

Muchos años después, en torno a la ya mencionada barra, José Juan Méndez Orantes escuchaba embelesado a su abuelo mientras contaba esta misma historia que aquí les relato. No pude evitar sorprenderme al notar que ya éramos cuatro las generaciones Méndez que habíamos pasado por La Opera, incluyendo, por supuesto, a dos con el mismo nombre.

Hoy por la tarde me pasó algo curioso, por circunstancias de la vida no hubo ningún compañero de trabajo que pudiera acompañarme a comer, por lo que salí solo a caminar por La Alameda Central; en cierto momento les puedo jurar que escuché la voz de mi viejo lindo diciéndome con su inolvidable voz: “nos vemos en La Ópera”.

Entré a esta bella cantina sabiendo que sin duda mi papá ya estaba ahí, esperándome en la barra. «¡Salud mi viejo, feliz cumpleaños!» le dije… «¡Salud cachorro!» me contestó…

Por Raúl Méndez Rubio

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