Usé cocodrilos para atrapar poemas,
querían seda,
enredarse de suavidad
para abandonar
los pantanos
y brillar tumultuosos,
imitando luciérnagas.
Arrojé cocodrilos
esperando un reclamo,
sus atmósferas iban de renglón a renglón
trazando su poderío, sulfuraban.
Subían
sobre las damas cuando ellas estaban desprevenidas
en el baño, intentaban desterrar la noche y en su lugar
plantar un pueblo de poemas dóciles que estrecharan
el vuelo de mariposas con alas de plata. Querían ante
todo regresar, revestirse de seda, ser cargados en las
bolsas de las señoritas como un gran recuerdo de su
existencia: ruidosos, aclamados al ser leídos
sobre las piernas de la señorita,
y con su piel atenuada
hacer de nuevo olimpos sobre ellas.
Querían mitigar el fuego,
ser cándidos con un lenguaje desprevenido
y fue que usé cocodrilos.
La mayoría ya había escapado
por la noche,
sólo algunos se quedaron,
aleteaban quebrados y boqueaban
como peces,
pataleaban tan orates de verse
maltrechos, esperaban.
Con los días extrañaron los
baños de sol,
hicieron fogatas
e intentando de nuevo ser estelas,
se calcinaron varios de ellos pensando
que el sol se atisbaba en el fuego creado.
Sobrevivieron, quedaron negros, ígneos,
monstruosos y fue que por fin aventuraron el grito
al verse.
Intentaron la venganza,
por las noches hacían planes para lacerarme:
me visitaban en mis sueños
transformados en la lejanía
de todas las mujeres que abandonaron,
en otras,
se decían mi reflejo
a los dieciséis años
murmurando:
lo logré.
También el ahogo,
la inanición,
casi ganan,
pero lentamente se fueron transformando,
de ser hombres se volvieron eunucos,
su castración no fue fingida,
tiraron sus miembros negros
afuera de la página,
y al fin montaron los poemas sobre cocodrilos,
enlodados, siguieron el abuso.
Eduardo Reséndiz
Contacto: http://www.abraxas894.blogspot.mx