Un poco de «La onda» y su frontera

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La primera vez que supe de Parménides García Saldaña, fue a través de las palabras de Armando Vega Gil en su libro Diario íntimo de un Guacarroquer, en un capítulo en el que habla precisamente de cómo un niño, que como la mayoría evita a toda costa la lectura de textos “sin monitos”, descubre a Parménides en una revista de su hermano y queda atrapado en sus palabras por un artículo títulado “Tres almuecas en mi coco”.

Armando hacía en su novela una paráfrasis del artículo cuyo título “jacarandoso y bullanguero” le “provocó una sensación rica, como de risa, de un interés inédito”, como el niño, la reproducción del texto de las almuecas me atrapó y quise de inmediato conocer de primera mano al tal Parménides, así que al otro día fui a comprar su libro El rey criollo.

Debo decir que en un primer momento me sentí decepcionada, ya que esas historias no me atraparon tanto como lo había hecho la recreación de “Tres almuecas en mi coco”, tal vez porque no me sentí identificada con los personajes de sus cuentos, ya que el punto de vista era predominantemente el masculino y no me vi reflejada en las mujeres, las chavas; aunque sí me gustaron mucho las canciones que usaba de introducción a cada historia, por eso, aunque ésas las escucho una y otra vez, en un principio no me llamó la atención regresar a El rey criollo y preferí darle una segunda oportunidad a Parménides con algo nuevo para mí.

En En la ruta de la onda, volví a encontrarme con el Parménides del niño Armeados Hueva Vil, que así se llamaba el personaje de Diario íntimo…, volví a sentirme atrapada por sus palabras de sentido ambiguo y sus neologismos, y pude, esta vez, reconocer a través de él a la generación de mis padres, su onda, hoy deslavada y gris como sus cabellos, pero cuya reminiscencia hoy puedo percibir en los pseudoconsejos, sobre todo de mi padre, que desde que era una escuincla prepuberta insistía de manera obsesiva en que me cuidara mucho de los hombres que “sólo quieren una cosa”.

Después de haber visto demasiadas películas fresas de Enrique Guzmán, Alberto Vázquez y el pesado de César Costa, disfruté mucho las palabras de Parménides despojándolos de sus caretas de jovencitos dizque muy rebeldes, hoy convertidos en venerables de mata larga (los que tuvieron suerte) que, al ritmo de tres o cuatro acordes eternos y apelando a la madurez de las cerezas, como si se tratara de un conjuro, intentan detener el tiempo, negándose a aceptar que ya son parte de la momiza.

El panorama que de los adolescentes de la época del rock and roll nos muestra Parménides en su ensayo fue too clear, too illustrative: los adolescentes, de ayer, hoy y siempre, sacos de hormonas-nitroglicerina que pueden estallar al menor movimiento, y más si es un agitado movimiento de caderas que en el escenario hace un sudoroso rockstar.

Todo maestro del lenguaje de la onda, asume su papel de “chavo guía ondero” de esa secta sesentera que expone en su libro, pero la ruta se queda trunca, me queda a deber, pues aunque desarrolla parte de lo que ya menciona como “cursos básicos de la onda” hacia el final comienza a sonar repetitivo y más que redondear las ideas que ha desarrollado para llegar a una conclusión contundente, simplemente se vuelve redundante.

Su estilo tiene mucho de oral, es sonoro, es informal, es cotorro, “jacarandoso y bullanguero”, como lo describió Armando Vega Gil, pero como en lo oral, cuando la plática se alarga demasiado, tiende a dar vueltas y regresar al mismo lugar. Sin embargo, ese estilo se disfruta y al volver, después de esta lectura a El rey criollo, sus personajes me parecieron más cercanos y pude simpatizar más con ellos, entenderlos más y disfrutar su lectura más que aquella primera vez.

En la ruta de la onda y El rey criollo son un retrato de esa juventud ondera que despierta a la vida y al sexo; de los dos Parménides escritores, el que argumenta es el que logra ser más entrañable, en él puede apreciarse con más claridad el lenguaje que hace de la onda todo un género. Los tiempos han cambiado, la forma de hablar ha cambiado, pero los jóvenes siguen teniendo inquietudes y sentimientos que sólo ellos comprenden y siguen creando sus propias maneras de expresarlo, crípticas para los adultos y sus ojos inquisidores.

Lo onda, pues, es la de la juventud, la de la adolescencia que busca a toda costa marcar la diferencia con los adultos, dejar claro que los mundos de ambos son distintos y que una vez que se cruza la frontera no hay regreso.

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Rita Lilia García Cerezo